Disparando a perros es una película que retrata el genocidio cometido durante unos 100 días en Ruanda, en el cual, miles de tutsis y hutus moderados fueron asesinados.
No es la primera película que se realiza sobre lo sucedido allí; Hotel Ruanda, ya retrataba el ambiente previo al asesinato del Presidente, la desesperación de los tutsis, la repatriación de ciudadanos occidentales y el abandono de las fuerzas de la ONU, pero Disparando a Perros tiene la particularidad de haber sido rodada en el escenario original y con actores secundarios que sobrevivieron al conflicto.
Esta docupelícula no es un hito del cine, tampoco sus actores son famosos, no tiene un presupuesto de Hollywood ni efectos especiales, pero es una de esas películas que se mantiene en tu memoria, y aunque no ofrezca soluciones consigue que se planteen preguntas.
La trama de la película se desarrolla en la Escuela Técnica Oficial en Kigali, donde se encontraba la sede de la misión del sacerdote bosnio Vjeko Curic, que en la película aparece recreado por el Padre Christopher (John Hurt), y un cuartel de los Cascos Azules de Naciones Unidas que protegían a la comunidad religiosa y a los alumnos de la Escuela.
Sin tenerlo previsto, y sin los recursos suficientes, tras el atentado contra el Presidente de Ruanda, unos cien tutsis perseguidos por los hutus, se refugian en la Escuela. Con el paso de los días, el recinto se convierte en una reserva de tutsis rodeada de hutus sedientos de sangre, armados con machetes y borrachos que esperan a que la ONU abandone el lugar para no perdonar la vida de ningún tutsi.
Se puede decir que el Padre Christopher es el personaje principal. Él constituye el apoyo moral de los que le rodean, salvo del capitán Delon, y se debate entre cual debe ser su papel allí, si debe salvar la vida o permanecer con su gente. Al igual que la labor de la ONU, en ocasiones, su trabajo es puesto en duda. Se centra en la catequesis, en la omnipresencia y en explicar el sentido de la Eucaristía y la Semana Santa, cuando ni rastro de Dios queda allí.
Este personaje nos deja algunos diálogos como este:
Marie: -Ya no queda nada para quemar.
Christopher: -Usad las Biblias. Hay para todos si las compartimos.
Aparece Joe
Chritopher: -¿Sabes una cosa Joe? Esta gente viene aquí a oír misa desde hace no se cuanto tiempo. Se levanta, viene a la iglesia, cantan, hacen genuflexiones, se arrodillan y se van. ¿Sabes por que? Por que les han dicho que lo hagan. Cumplen si entender lo mas mínimo nada de lo que están haciendo. Solo obedecen. Tanto si se les dice que coman una hostia o que maten a machetazos a los de su propia sangre.
Joe (Hugh Dancy), es un joven voluntario de una ONG, que representa en cierto modo la visión occidental de la situación.
El capitán belga Charles Delon de los Cascos Azules (Dominique Horwitz), reproduce el punto de vista de Naciones Unidas.
La joven alumna tutsi Marie (Clare-Hope Ashitey), representa la esperanza de los ruandeses puesta en los europeos, esperanza que casi todos frustrarán.
Por último están los corresponsales de la BBC, que son los encargados de que la opinión pública occidental conozca el genocidio.
Rachel, una periodista británica, nos deja también diálogos muy interesantes:
Hablando del año pasado de Bosnia, cuando ejercía allí como corresponsal (1993)
Rachel: -Cada dia lloraba. Pero curiosamente aquí… ni una lágrima.
Joe: -Supongo que te vas acostumbrando.
Rachel: -No… No… es peor que eso… Cada vez que veía una mujer bosnia muerta, una mujer blanca, pensaba: Podría ser mi madre. Pero aquí, solo son… africanos muertos.
Silencio.
Rachel: -Que cosas digo. En el fondo solo somos unos perfectos egoístas.
El título, Disparando a perros hace referencia a una decisión del capitán Charles Delon de los Cascos Azules de disparar contra unos perros que se alimentan de los cadáveres y pueden transmitir enfermedades a la población. Esta razón, aparentemente inocente es de vital importancia en la trama del discurso critico de la película.
El origen del guión de David Wolstencroft está en las experiencias ruandesas de David Belton, productor del film, y que conoció bien al padre Vjeko Curic, que le salvó la vida ocultándolo de los hutus. Él era un reportero de la BBC que en 1994 viajó a Ruanda a cubrir la guerra. El sacerdote le acompañó y le protegió en numerosas ocasiones, y gracias a él muchos supieron de los horrores de aquel genocidio. Cuando tiempo después, en Washington, Belton supo del asesinato del padre Curic, decidió escribir el argumento junto al documentalista Richard Alwyn y producir la película.
En España no conocemos tan bien el conflicto como en Francia o Bélgica, países excoloniales con mayor relación, sobre todo lingüística, con el África subsahariana. Hemos visto películas, leído los periódicos y visto las noticias de la tele, y eso de hutus y tutsis nos suena muy lejano, a una incomprensible guerra de un desgraciado país africano, pobre en extremo, con muchos Ak-47 y enfermo de sida pero ¿Cómo es aquel país? ¿Quiénes son los hutus y quien los tutsis? ¿Cuál fue la situación histórica que desembocó finalmente en el conflicto? ¿Acaso el asesinato del Presidente fue la causa única de las matanzas? ¿O este fue uno mas de los hechos perfectamente orquestados para poder justificar el conflicto?
Ruanda. Una historia de violencia.
Ruanda es un país pequeño, de elevada densidad demográfica y relieve ondulado, situado en la región de los Grandes Lagos, en el África oriental. En el siglo IV a.C. los twas, pigmeos cazadores, se internan en las montañas boscosas de Ruanda e instalan asentamientos de forma permanente.
Unos diez siglos mas tarde, agricultores hutus comienzan a llegar a la región y a establecerse de forma sedentaria, conviviendo con los twas en paz. Cien años después, y ya en el siglo XII y XIII de forma mas evidente, granjeros tutsis llegan a Ruanda provenientes de los alrededores (principalmente de la actual Uganda
). También estos últimos se instalan en la zona y en el siglo XIV pasan a formar parte de una comunidad formada por twas (cazadores), hutus (agricultores) y tutsis (ganaderos).
La convivencia entre las dos últimas etnias fue simbiótica durante un tiempo hasta que a partir del siglo XVI, los principales jefes tutsis inician unas campañas militares contra los hutus, matando a sus príncipes, a los cuales, de forma simbólica, cortaron los genitales y los colgaron en los tambores reales buscando humillar a sus enemigos y recordarles que los hutus, eran súbditos de los tutsis. En ese momento, había comenzado una relación de vasallaje dominada por la etnia menos significativa en la zona, los tutsis, con un 14% de la población.
La organización de los clanes reales tutsis dominó todo el país, lo que provocó una casta militar y social compuesta por tutsis y que excluía a la mayoría de la etnia hutu. Se creó una estructura socioeconómica clasista que aumentaría con la llegada de la colonización europea; alemana en primer lugar y belga después. La influencia occidental, a través de la introducción por los belgas de un carné étnico, que proporcionaba a los tutsis mayor nivel social y mejores puestos en la administración colonial, acabó por institucionalizar las diferencias sociales. Por aquel entonces, los pigmeos twas, gozaron de un relativo buen trato por parte de la etnia tutsi que consideraba a los cazadores de las montañas por encima de los hutus en la pirámide social.
En 1959, ante el hartazgo de la población hutu, se comienza, de forma meditada, a intentar socavar el poder de los tutsis para llegar a un mejor reparto de la riqueza. A partir de ese año, se producen revueltas, asesinatos masivos, quemas de casas y propiedades, deportaciones y exilios a los países vecinos.
En 1961, Ruanda, liderada por la mayoría hutu, se independiza de Bélgica. Este momento fue aprovechado por la ONU para organizar un referéndum bajo supervisión internacional. El resultado fue de un 80% del NO a la continuidad de la monarquía tutsi, lo que obligó a los gobernantes a aceptar la República, forzando el exilio de miles de tutsis partidarios del sistema vigente monárquico y contrarios a conceder el poder a la etnia hutu.
Los exiliados de corta edad de aquel momento, con el paso de los años, llegarían a convertirse en los fundadores del Frente Patriótico Ruandés, que tuvo un papel decisivo en la guerra civil del 94.
En 1972 se produjeron unas terribles matanzas en el vecino Burundi: 350.000 hutus fueron asesinados por tutsis y esto provocó, definitivamente, un sentimiento anti-tutsi por parte de la mayoría de la etnia hutu en Ruanda. La población comenzó a exigir a su presidente Grégoire Kayibanda mano dura contra la antaño clase dominante del país y la respuesta insatisfactoria por parte del presidente y los casos de corrupción en el gobierno, provocaron el golpe de Estado del general Habyarimana (de etnia hutu), en julio de 1973.
Caudillismo y gobiernos militares.
Pese a su irrupción antidemocrática en la escena política, el gobierno del general realizó una buena gestión del país hasta la segunda mitad de los 80, contando con el apoyo logístico y militar de Francia. También tomó la iniciativa de una reconciliación nacional. Éste, había conseguido apaciguar a unos y a otros cediendo, sobre todo, en que el control financiero del país se concentrara en manos tutsis.
En octubre de 1990, el Frente Patriótico Ruandés, compuesto por exiliados tutsis expulsados del país por los hutus con el apoyo del ejército, y aprovechando la crisis económica provocada por el descenso del 50% del precio del café, invade Ruanda desde su vecino Uganda. En 1993 los dos países firman un acuerdo de paz (Acuerdo de Arusha).
En 1994 las milicias hutus, son entrenadas y equipadas por el ejército ruandés entre arengas y ánimos a la confrontación por parte de la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas, dirigida por las facciones hutus más extremas, y que por ejemplo, hizo circular el bulo de que la minoría tutsi planeaba un genocidio contra los hutus. Una de las consignas más repetidas era: "¿has matado ya a tu tutsi?"
Violencia extrema.
Tras el atentado contra el Presidente, comenzó la lucha, perfectamente planeada con anterioridad, conocida como: “la solución definitiva al problema tutsi”. Por aquel entonces, la milicia ruandesa estaba compuesta por 30.000 hombres (un miembro por cada diez familias) y organizados a lo largo del país con representantes en cada vecindario. Algunos miembros de la milicia podían adquirir rifles de asalto Ak-47 con sólo rellenar un formulario. Otras armas, como granadas no requirieron ningún papeleo y se distribuyeron masivamente.
El genocidio fue financiado, por lo menos en parte, con el dinero sacado de programas de ayuda internacionales, tales como la financiación proporcionada por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional bajo un Programa de Ajuste Estructural. Se estima que se gastaron 134 millones de dólares en la preparación, con unos 4,6 millones de dólares gastados en machetes, azadas, hachas, cuchillos, y martillos. Se estima que tal gasto permitió que uno de cada tres varones hutus tuviera un machete nuevo.
En abril de 1994 el asesinato del general Juvenal Habyarimana y el avance del Frente Patriótico Ruandés desencadena multitud de masacres en el país contra los tutsis. Se estima que más de 800.000 personas fueron asesinadas y casi cada una de las mujeres que sobrevivieron al genocidio fueron violadas. Muchos de los 5.000 niños nacidos fruto de esas violaciones fueron asesinados.
La vergonzante inoperancia de la ONU ante el asesinato de sus soldados.
Al día siguiente, el 7 de abril, la primera ministra Agathe Uwlingiyimana y 10 soldados belgas de las fuerzas de la ONU que la custodiaban, fueron asesinados por la guardia presidencial, acusando al contingente de la ONU de haber derribado el avión del presidente. Este hecho, confirma claramente las sospechas acerca de una trama oculta llevada a cabo por los radicales hutus.
Monumento en memoria de los diez soldados belgas.
Independientemente del motivo utilizado para perpetrar este asesinato, el hecho en sí tuvo una importante repercusión internacional, lo que hizo pensar a muchos que la ONU intervendría firmemente y pararía el terrible conflicto que se avecinaba. Por el contrario, se ordenó la retirada de lo cascos azules, dejando a la población civil sin protección. Esta situación fue aprovechada por los radicales hutus para comenzar el genocidio.
En ese mismo día, Bélgica y Francia, sacan del país a todos sus nacionales, sin preocuparse de los ruandeses, ni siquiera de los que trabajaban en sus empresas. El día 11 de abril, un comunicado de la Cruz Roja Internacional estima que decenas de miles de ruandeses han sido asesinados en tan solo unos días.
Considerando todos los datos y testimonios que se poseen acerca del conflicto, hay que aclarar que éste no fue exactamente un genocidio de hutus contra tutsis exclusivamente, sino que una falange radical y mayoritaria de la etnia hutu fue la que preparó el aniquilamiento masivo tanto de tutsis como también de hutus moderados u opositores del régimen del Habyarimana y cercanos al Frente Patriótico Ruandés (FPR). Por lo tanto, el genocidio no fue sólo de carácter étnico, sino también político. Por otro lado no debemos olvidar que también hubo entre las víctimas miles de ciudadanos de la etnia hutu muertos a manos del FPR. Pese a todo, los datos son claros: se eliminó al 75% de la etnia tutsi.
El papel de Occidente.
Bélgica, potencia colonial, optó desde el principio de su dominio por privilegiar a la minoría tutsi y convertirla en élite. La Iglesia expandió la noción de su superioridad respecto de los hutus y los colocó en los puestos clave de la administración colonial. En 1992, el parlamento belga tuvo conocimiento a través del embajador en Ruanda de que se preparaba una "solución definitiva" del problema étnico, pero no actuó de ningún modo.
Francia firmó un acuerdo de suministro armamentístico con Ruanda en 1975 y, en nombre de la francofonía, apoyó al régimen dictatorial de los hutus radicales a pesar de sus actuaciones inaceptables: sus oponentes tutsis, procedentes del exilio en Uganda, se habían convertido en anglófonos.
Estados Unidos, aliado del actual gobierno tutsi de Ruanda, patrocina la actuación de ese país, junto con Burundi y Uganda, en la guerra de rapiña que tiene lugar en la RD del Congo. Bill Clinton evitó pronunciar ante la prensa la palabra “genocidio” ya que ello les obligaría a la intervención. En lugar de eso, él mismo y su administración se refirieron a lo sucedido en Ruanda como “actos de genocidio”.
En cuanto a la ONU, que en 1993 envió una misión al país (MINUAR) con la finalidad de contener la escalada de violencia, optó por la pasividad cuando se inició el genocidio -visiblemente preparado y cuidadosamente organizado-. Las fuerzas de MINUAR no recogieron las armas que se distribuían entre los milicianos, a pesar de tener el mandato correspondiente y, en el momento inicial de las matanzas, evacuan el terreno y dejan desprotegidas a las víctimas. A pesar de todas las evidencias, la ONU no califica las matanzas de genocidio hasta el 25 de mayo, cuando buena parte de las masacres ya se han consumado.
Un futuro poco esperanzador.
Hoy en dia se ha hecho poco por la reconstrucción de la fraternidad nacional. Se quiere juzgar en Francia al actual presidente y se ha constituido un Tribunal Internacional similar al de La Haya con Yugoslavia. A grandes rasgos la situación del país es la siguiente:
El poder está en manos de un círculo de tutsis cada vez más reducido en torno al "hombre fuerte", Paul Kagame.
Los grupos hutus mantienen sus iniciativas armadas.
El Gobierno ruandés participa activamente en la guerra de la RD Congo.
La represión gubernamental se mantiene intensa: a partir de 1997 se instaló población desplazada en campos vigilados y posteriormente se reinstaló en pueblos -algo que va en contra de la tradición del país: las familias viven dispersas en las colinas ruandesas-. El US Committee for Refugees calculaba unas 600.000 personas desplazadas en 2000.
La situación económica es grave: el 70% de la población viva bajo el nivel de la pobreza.
La aplicación de la justicia es lenta, desigual e ineficaz. Para depurar las responsabilidades del genocidio coexisten los tribunales propios del país, los "gacaca" o tribunales populares (ninguno de los cuales parecen demasiado eficaces) y el TPIR (Tribunal Penal Internacional para Ruanda), con sede en Arusha y qua hasta ahora ha dado muestras de una lentitud extrema. Hay unos 120.000 presos, a la mayoría de los cuales no se les ha abierto proceso. Muchos mueren como resultado de las condiciones en que se encuentran. Las víctimas del genocidio se muestran desanimadas. A veces, un detenido liberado es asesinado...
No existe ninguna iniciativa oficial en favor de la reconciliación.
El hecho de que el genocidio diezmara las élites intelectuales añade dificultades a la recuperación del país.
Se ha trabajado mucho en la reconstrucción de casas.
Proliferan las asociaciones de ciudadanos comunes y corrientes: de mujeres (a menudo solas y con experiencias horrendas a cuestas), de defensa del medioambiente, las cooperativas de crédito, etc. Pero la mas influyente es la de las víctimas, "Ibuka" ("Recuérdalo"), que trabaja contra el olvido y el negacionismo y mantiene algunos lugares como recordatorio, como la iglesia de Nyamata y Murambi.